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¡Caray, yo no soy un tubérculo!

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Teresa Dovalpage es una de mis autoras cubanas preferidas. Y es que, desde que un día de fines de la década del 90 se me ocurrió dedicarme a leer y hacer antologías de la narrativa cubana escrita por mujeres, en la isla y el exilio, fui creando mi “altar personal de narradoras” y, aunque persigo todo lo que publican las que llamo “mis chicas” (incluso aunque, al modo de los niños enamorados, muchas de ellas no sepan que así las llamo), en ese altar coloco solamente los libros de esas autoras cuyos libros he leído más de una vez: Aida Bahr, Ena Lucía Portela, Anna Lidia Vega Serova y Mariela Varona, en Cuba y Daína Chaviano, Achy Obejas, Karla Suárez y Teresa Dovalpage en esa “otra orilla” de la que tanto se debate en estos días de marzo de 2012 en que cierro esta entrevista.

Y esa razón: la pasión que me despierta la obra de Teresa desde aquel lejano día en que me envió a La Habana el manuscrito digital de su novela inédita entonces Posesas de la Habana, basta para comenzar esta entrevista con palabras de otros dos escritores, para que nadie piense que mi juicio es parcializado.

Los dos autores que cito: Manuel Vázquez Portal y Félix Luis Viera son conocidos por no prodigar elogios si una obra no se lo merece. Los conozco bien y sé que cuando una obra no es buena (incluso aunque se trate de un amigo) Vázquez Portal prefiere asumir un silencio cómplice y respetuoso hacia el esfuerzo que significa haber escrito un libro; y también sé que cuando una obra no es buena, Félix Luis Viera, apasionado como es, prefiere llamar a las cosas por su nombre: “hoy hay mucha mierda etiquetada como literatura”, me dijo en nuestro último encuentro en ese monstruo mexicano que llaman D.F.

En un artículo muy elogioso sobre una de las novelas de Teresa, Félix Luis Viera dijo claramente que ella es “una de las autoras cubanas —entiéndase cubanas en el exilio y en Cuba— más destacadas en los años recientes”. Y en un comentario reciente, Vázquez Portal, asegura que “Ocurre que a Teresa  Dovalpage  le sobra el talento para fabular y como ya no puede jugar a las muñecas, se le derrama por la literatura (…) además de ingenio literario es poseedora de un sentido del humor que sólo a las personas muy inteligentes les asiste”.

Con esos elogios de colegas que no suelen elogiar, empiezo entonces esta entrevista.

 

1,- De tópicos… típicos, pero necesarios

¿Cuándo descubres el deseo de ser escritora?

Me parece que allá en la adolescencia. Claro, es difícil ubicar un punto exacto en el tiempo, pero recuerdo que desde niña fui una lectora impenitente, así que di el brinco de lectora a escritora casi sin darme cuenta. Un día, sencillamente, me senté a escribir. De ahí salieron unos cuentos horribles, según mi madre. Pero ya no había vuelta atrás: la escritura se inocula en la sangre como un virus y no te puedes librar de ella después.

 

¿Existió alguna influencia familiar que te impulsara al mundo de la escritura?

En sentido contrario, sí. Mi abuela, cada vez que me veía plantificada ante la máquina de escribir (una Underwood del año del ruido) me decía: “Mija, levántate de ahí, sal pa la calle, búscate un marido, que te vas a volver  boba con tanta escribidera.” Y como la adolescencia es la etapa de hacer precisamente lo opuesto de lo que nos dicen que hagamos… Por otra parte, en mi familia (con excepción de abuela, por supuesto), todos eran lectores voraces y consuetudinarios. Había una excelente colección de libros en casa, eso tampoco se puede descartar. Mi abuelo tenía las obras completas de Galdós, de Unamuno… todavía recuerdo el olor de aquellos libros con sus cubiertas de piel. Así que hubo de todo.

 

¿Recuerdas algunas de tus primeras lecturas?

¿Primeras, primeras… como de los tiempos primitivos? Pues me acuerdo de Cuentos y estampas —tú sabes que los libros rusos de los años 70, al revés de los dibujos desanimados, tenían su gracia. Y luego Little Women, que fue lo primero que leí en inglés, Colmillo Blanco, Los Tres Mosqueteros

 

¿Qué libros o autores han marcado cambios o el desarrollo de tu carrera como escritor?

Los naturalistas españoles del siglo 19, en primerísimo lugar. Cuando leí La Regenta, de Leopoldo Alas, me quedé deslumbrada, fue un amor a primera página. Tanto, que mi novela La Regenta en La Habana, que saldrá este año con Edebé, es una reescritura (un poco fresca, tengo que admitirlo) de la obra del Maestro Clarín. También leí todo lo que pude de Galdós, de Cervantes, de Lope de Vega (aprendí “Quiero escribir y el llanto no me deja” a los ocho años, ya ves si una era un bicho raro), en fin, los clásicos que me hicieron apreciar la belleza de nuestro idioma, la magia de la palabra escrita. Contemporáneos me gustan muchísimo Enrique Vila Matas, Álvaro Pombo, Almudena Grandes, Rogelio Guedea, Ana Cabrera Vivanco… Cada uno de ellos ha sido una influencia en un momento dado. En inglés una de mis autoras preferidas es Ann Tyler; su novela The Accidental Tourist es deliciosa.

 

La Habana y Taos, ¿antípodas o complementos intercomunicados para la escritora que eres?

Complementos, sin duda que complementos. Aunque parezcan lo contrario (el trópico y el desierto, el verde y el castaño) tienen mucho en común. Aquí se habla español —un español un tanto antiguo y con adiciones de Spanglish, pero español al fin. El ritmo de vida es mucho más lento que en otras ciudades americanas; por tratarse de un pueblo chico hay un espíritu de comunidad que permite llegar a conocer a casi todos los vecinos… Vamos, no es La Habana en pequeño ni nada parecido, pero me resulta más familiar que, por ejemplo, San Diego, otra ciudad donde viví varios años y a la que también le tengo un cariño especial, pero por distintos motivos.

 

2.- De tópicos… menos típicos, pero igual de necesarios

Tu primera novela se publicó en inglés. La pregunta sería: ¿la escribiste en inglés?

Escribí A Girl like Che  en inglés porque no tenía idea de cómo llegar al mercado en español desde San Diego, California, donde vivía entonces. En aquellos momentos no sabía de agentes literarios ni de Writer’s Market, nada… Mis tres libros siguientes fueron en español (Posesas…, Muerte de un murciano… y Por culpa de Candela), sobre todo por el espaldarazo que significó publicar en España. Pero he seguido escribiendo en inglés. Mi novela Habanera, a Portrait of a Cuban Family, se publicó en 2010 con Floricanto Press y ahora acaba de salir una colección de cuentos, también en inglés, The Astral Plane, Stories of Cuba, the Southwest and Beyond, con University of New Orleans Press. Además de enseñar en la universidad (español, por supuesto), trabajo como reportera para nuestro periódico local, Taos News. Allí escribo artículos en inglés y tengo una columna semanal en español. De modo que los dos idiomas se reparten mi lengua y mi escritura. Mitad/ half.

 

Aprovecho la circunstancia para retomar una discusión de estos años: ¿se puede ser cubano escribiendo en inglés?, ¿no es el territorio de la lengua un elemento vital para definir eso que algunos llaman “cubanidad”?

Hombre, en cuanto a la primera pregunta, claro que sí. ¿A ver qué voy a ser sino cubana, después de vivir 29 años en Cuba? No importa a dónde haya ido a parar después ni en qué idioma escriba o hable… Y sobre el territorio de la lengua —me gusta la frase, eh— el otro día precisamente leí un artículo muy sesudo (y farragoso) sobre la escritura en otro idioma distinto del materno y el sentido de “traición” que esto implicaba y me quedé flipando pepinos. Bueno, flipando cactus. Es como si uno aprendiese piano, compusiera diez piezas para piano y no pudiera tocar el violín ni componer para violín porque le estaría haciendo traición… a la pianidad. Faltaría más.

Desde luego, también depende del tema que trate. Por ejemplo, mi cuento “Goodbye, santero,” que es parte de la colección The Astral Plane… sucede en Taos, entre taoseños, de manera que resultó mucho más fácil escribirlo en el idioma que hablaban los personajes a fin de conservar sus giros lingüísticos y sus dicharachos, que a veces ni tenían traducción.. Mientras que La Regenta en La Habana, que sigue dos líneas argumentales: una reescritura del final de la obra de Alas y la vida de una profesora cubana que enseña La Regenta en la Universidad de La Habana, pedía a gritos el español.

 

Me gusta poner a mis entrevistados ante la disyuntiva de tener que mirar a sus libros y recordar de qué va cada libro y qué significado tuvieron, en su momento, para sus carreras literarias. Hagámoslo entonces.

A girl like Che Guevara, novela, 2004:
un reto, probarme que podía escribir en inglés, y no sólo emails o cartitas. Recordar las escuelas al campo, el olor de los surcos mojados y de la plasta de vaca. Mi primer libro publicado, un suspiro de alivio. Se lo mandé a mi abuela: “¿Ya ves que para algo sirvió el sentarme ante la Underwood?” Y ella “Qué es esto, chica, yo no entiendo ni papa de lo que dice aquí. Pero al menos tienes marido.”

Posesas de La Habana, novela, 2004:
un desahogo, pintar a mi familia con los colores más feos posibles, quizá para terminar agradecida de que no fueran tan malos como los describía. Mi primer libro en español, mi preferido todavía.

Muerte de un murciano en La Habana, novela, 2006:
un ejercicio literario basado en una historia que oí contar en La Habana, una historia más vieja que andar a pie: el fulano (extranjero en este caso) que va por lana y sale trasquilado. Cuando quedé finalista del Herralde, una sorpresa. ¿De verdad a la gente le gusta lo que escribo?

Por culpa de Candela, relatos, 2009:
de todo como en botica, una colección de cuentitos que ya se habían publicado en distintas revistas y periódicos. Mi favorito es el que le da título al libro, basado un poco en mi vida en San Diego.

Habanera, a Portrait of a Cuban Family, novela, 2010:
mezcolanza mutante, empezó como memorias, pero llegó un momento en que me di cuenta de que había inventado mucho. Sobre todo cuando le mandé el manuscrito a mi madre (ella sí lee inglés) y me dijo: “Cochina, ¡yo jamás en la vida le pegué los tarros a tu padre, borra eso!” No me quedó otro remedio que convertirlo en ficción.

El difunto Fidel, novela, 2010:
un híbrido, nació como obra de teatro que escribí para Aguijón Theater. Transformada en novela corta, la mandé al concurso Rincón de la Victoria en España y ganó el premiecito, de modo que le tengo un afecto muy particular.

Llevarás luto por Franco y otros cuentos, relatos, 2012:
pura diversión, el goce de escribir. Los más entretenidos (para mí, al menos) son los que se basan en experiencias más o menos reales, como “El retrato astral.”

The Astral Plane, Stories of Cuba, the Southwest and Beyond, relatos, 2012:
recholata in English, otra colección de cuentitos. Ahora que me doy cuenta, me ha dado por lo astral últimamente, qué metafísica me he vuelto, ¿no?

 

Ya desde Posesas de La Habana, que fue la primera obra tuya que leí en manuscrito cuando me la enviaste a Cuba para publicarla en la Colección Cultura Cubana de la editorial Plaza Mayor, descubrí en ti una capacidad especial para estructurar personajes muy definidos, casi perfectos, en su psicología y movimiento dramático dentro de tus novelas. ¿Cómo se arman tus personajes en tu cabeza para que luego se escapen así, tan libres, en las páginas de tus novelas y cuentos?

¡Gracias, Amir! Yo también me acuerdo de la correspondencia que mantuvimos entonces, y cuánto te lo agradecí. Mijo, es que una necesita todo el apoyo moral que puedan darle, sobre todo al principio, y más teniendo en cuenta mis antecedentes familiares… La mayoría de mis personajes están basados en gente que conozco o que he tratado, aunque un poco desfigurados, por supuesto. Los de Posesas… fueron facilísimos de captar: ¡se trataba de mi propia familia!

En general procuro que los personajes sean creíbles en sus motivaciones y que tengan su propio estilo. Quiero decir, que hablen como la gente y no en diálogos envarados o ñoños. Para eso ayuda mucho el leerse en alta voz., para “oír” a los personajes y  asegurarse de que tengan el tono adecuado, de que no desafinen, para seguir con las comparaciones musicales. La práctica del teatro ayuda mucho aquí.

 

¿Cómo sabe Teresa Dovalpage que una historia es para un cuento o para una novela? Pregunta pretexto para que me definas, desde tu estilo propio, qué diferencias esenciales hay entre estos géneros, más allá de su extensión, si tenemos en cuenta que Borges dijo que toda historia, sea larga o corta, terminada o en suspense, responde al deseo ancestral del ser humano de volver a vivir la experiencia de sentarse alrededor de una hoguera a escuchar las historias de los cazadores o de los más viejos de la horda.

Esa cita me encanta…El problema es que no estoy segura de cómo contestar a tu pregunta, pero voy a intentarlo. A veces un cuento viene “redondo,” vaya, que te llega con su principio y su final y no hay más que escribirlo, es como si te lo dictaran. Pero otras, en el proceso de escritura, una va descubriendo que no, que ahí hay más material y la cosa se alarga, pica y se entiende…Y cuando vienes a ver te encuentras metida de cabeza en una novelonga, que fue lo que me pasó con Orfeo en el Caribe, que sale a fines de este año. Y bueno, mientras la horda no le empiece a tirar piedras a la pobre cuentera, porque es hora de irse a cazar o a dormir, pues le vamos echando ganas…

 

¿Y por qué el teatro? ¿No sientes ese miedo que la mayoría de los narradores confiesan tener ante un género tan difícil?

Mira, yo escribo mis obritas y si alguien las representa, bien, y si no, también. Sin contar con que las obras de teatro se pueden refreír (o reciclar, para usar una palabra más fina) y convertirse en novelas. Que fue lo que pasó con Hasta que el mortgage nos separe. Rosario Vargas, la directora de Aguijón, nos había perdido a un grupo de autores nuestra versión hispana de La muerte de un viajante; yo le mandé la mía y la representaron en Chicago, fue una experiencia maravillosa. Unos meses más tarde vi un concurso para novela corta, el Rincón de la Victoria, y como no tenía nada nuevo a mano usé la obra como esqueleto, le insuflé palabras y carne fresca y la mandé. Así que quién dijo miedo…

 

3.- De otros tópicos nada agradables… pero latentes

La nostalgia, ese animal silencioso. ¿Lo padeces o, como decimos en buen cubano, lo desmayas?

Lo desmayo, lo desmayo… La nostalgia jamás de los jamases me ha atacado. Hay veces que me gustaría sentirla porque debe ser buena inspiración literaria, pero ni fu ni fa. El animal silencioso no se me acerca, no me enseña ni las orejas. Tal vez la razón sea que no dejé atrás nada que recuerde con añoranza. Lo cierto es que estoy satisfecha con la vida que me he creado aquí, en medio del desierto, con mi marido Gary y con nuestros perros y gatos; con nieve los inviernos y el olor a lavanda en los veranos…

Nunca he soñado con el Malecón, ni con el Coppelia, ni tan siquiera con las palmas. Al contrario, entre mis pesadillas recurrentes está una en que me veo de vuelta en La Habana, allá en Carlos III  y Espada, donde vive mi madre, y de repente… ¡paf! descubro que se me ha perdido el pasaporte y que no puedo salir del país. He oído de otra gente, todos cubanos, que también la padecen, con pequeñas variantes. ¿No será parte de nuestro subconsciente colectivo ese sueño del pasaporte?

 

Eres, según ridículas estrategias divisorias, una “cubana de afuera”. ¿Qué opinión te merece ese intento de desacreditar al escritor, algo que, como sabes, está presente por desgracia en las dos orillas más claras del “asunto cubano? Lo digo porque, al menos yo estoy harto de escuchar a escritores y políticos de la isla decir que nuestra literatura es menor porque “perdimos las raíces”, “la nostalgia y la frustración los ahoga” y cosas similares; pero también estoy cansado de oír a escritores y políticos del exilio decir que la literatura dentro de la isla es “castrista”, “apolítica por miedo”, “falta de libertad”, etc.

Tienes razón, son ridículas como estrategias, y si no fueran molestas, como piedrecillas en los zapatos, hasta risa darían. Tengo amigos escritores que viven en Cuba a quienes les fastidian también, y con toda razón, semejantes letreros. En lo personal, ahora que estoy “afuera” escribo más sobre Cuba (y sobre cualquier otro tema) que cuando estaba “adentro” así que mira tú… En cuanto a la pérdida de las raíces, mi primera reacción a la frase es: “¡Caray, yo no soy un tubérculo!” Y ya te dije lo que opinaba de la nostalgia. Por lo demás, todas esas etiquetas son tonterías. Cito de memoria una frase de mi admirado amigo Félix Luis Viera; “lo que importa es escribir, y lo demás es mierda.”

 

En la casi olvidada polémica de Sartre y Camus sobre el papel del escritor en la sociedad, ¿de qué lado te colocas ahora mismo?

Más bien camusiana. Como escritora de ficción, mi papel es entretener al lector, divertirlo, hacerlo pasar un buen rato. Pero no concientizarlo políticamente (qué horror), al menos no de una manera tan cruda que el libro parezca un panfleto. Espero que los lectores conozcan cómo es la vida en Cuba al leer mis novelas y cuentos, pero yo no les voy a poner el biberón en la boca ni a agitarles el dedito en la cara: “fíjense qué malo es lo que pasa allí porque…” Para eso se escribe un artículo de opinión o un ensayo.

Ahora, cuidadín, que no estoy diciendo que el escritor no deba meterse en política o que tenga que aislarse en una torre de marfil o tras una muralla de píxeles. ¿Qué puede hacer un escritor comprometido? Firmar una carta de denuncia, protestar ante una embajada, participar en una manifestación, hasta unirse a una expedición armada si es lo que le provoca. Lo que quiero decir es que el tema político, metido a pulso en una obra de ficción, rechina, aburre, cansa. Ni la política ni la literatura ganan nada con ello.

 

Finalmente, otro tópico: ¿en qué nuevo proyecto anda tu taoseña cabecita?

Mi taoseña cabecita está dándole los últimos toques a un proyecto muy divertido que hice hace poco con las escuelas de Taos. Es un libro bilingüe, Leyendas nuevo mexicanas en escena, que tiene mucho sabor local. Incluye una obra de teatro, escrita por los propios estudiantes, sobre mitos y leyendas de la región —La Llorona, las verónicas que salen en Semana Santa, una curandera… Por otro lado (el lado más creativo) estoy terminando un obrita de teatro temporalmente titulada Escuela de escritores, un homenaje a Feliz B. Caignet.


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